El investigador Claudio Martínez Debat dijo que la agroecología es una opción sustentable y rinde más que la producción que usa agroquímicos.
Radio Uruguay
15 de diciembre de 2017
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Sobreciencia.
15 de diciembre de 2017
Desde el 1º de enero del 2015 rige en Montevideo el decreto municipal del etiquetado obligatorio de alimentos genéticamente modificados (OGM), una iniciativa redactada por un gran grupo interdisciplinario en el que participaron integrantes del Laboratorio de Trazabilidad Molecular Alimentaria (LaTraMa) del Instituto de Biología Celular y Molecular de Facultad de Ciencias de la Universidad de la República.
Este decreto, que ya cursa su tercera versión, fue analizado por el Congreso de Intendentes y rige —además de la capital del país— en Lavalleja, Minas y Maldonado.
El doctor en biología molecular Claudio Martínez Debat, integrante de LaTraMa, contó a SobreCiencia cuál fue el proceso para llevar adelante esta iniciativa y adelantó que en breve se van a publicar resultados de un trabajo realizado en conjunto con la Intendencia de Montevideo en el que se han analizado más de 300 muestras de alimentos.
“Nuestro laboratorio fue el puntal técnico a través de un convenio que tiene la Facultad de Ciencias con el laboratorio de Bromatología. Capacitamos gente, asesoramos en la compra de equipos, formamos toda la metodología, y eso está funcionando en la Intendencia. Pero en la redacción de ese decreto participó todo el grupo interdisciplinario; abogados, nutricionistas, médicos, agrónomos, químicos. Fue algo muy trabajado y se tuvo en cuenta la normativa de la Unión Europea, la de Brasil, y también se hizo contacto con la industria. Creemos que eventualmente este decreto se va a hacer nacional”, contó.
Martínez explicó que en nuestro país están permitidos la soja y el maíz transgénicos y recordó que el decreto marca el porcentaje de los componentes de un alimento por separado.
“Si un alimento tiene 0,6% de transgénico de soja y 0,6 % de maíz, no se va a etiquetar, porque no se suman, cada uno es considerado individualmente. Pero si en un alimento hay un 1% de uno y otro tiene 0%, sí va a etiquetar. Habla del porcentaje, no del total del producto, sino de esa sustancia en particular. Para la etiqueta, que ahí no intervenimos nosotros, se tomó en un primer momento el modelo de Brasil, que consiste en el triángulo amarillo con una T negra, para armonizar con la región. Después hubo resistencia por parte de la industria que fueron tomadas en cuenta y ahora es redondo, con fondo blanco y letras en celeste”, aclaró.
Saber qué comemos
Es sabido que la industria alimenticia incorpora derivados de la soja y el maíz en casi todos los alimentos que consumimos y en los que solemos encontrar ingredientes como la lecitina de soja, el almidón de maíz y el jarabe en alta fructuosa de maíz. Estos componentes se utilizan en gran variedad de productos, desde hamburguesas, pastas, galletitas, golosinas y hasta bebidas.
Claudio Martínez, también coordinador del Núcleo Interdisciplinario Colectivo TA (Transgénicos y Alternativas Agroecológicas), formó parte del primer trabajo científico a nivel mundial que analiza a la vez, la presencia de transgénicos y de glifosato en los alimentos.
Claudio Martínez, también coordinador del Núcleo Interdisciplinario Colectivo TA (Transgénicos y Alternativas Agroecológicas), formó parte del primer trabajo científico a nivel mundial que analiza a la vez, la presencia de transgénicos y de glifosato en los alimentos.
Este estudio lo realizó en conjunto con investigadores mexicanos del Instituto de Ecología (IE) y del Centro de Ciencias de la Complejidad (C3) de la UNAM, grupo encabezado por la investigadora Elena Álvarez-Buylla, ganadora del Premio Nacional de Ciencias 2017 otorgado por el gobierno mexicano.
Esta investigación dio como resultado que cerca del 90% de las tortillas que se consumen en México, así como las botanas (snacks) contienen secuencias de maíz transgénico.
“En México se consume medio kilo de maíz por día y por persona. No están aprobados para producción masiva los transgénico y tampoco hay etiquetado. Empezamos a sacar ADN de los paquetes que venden, lo que se llama botana de México, que es una vidriera que vos ponés la moneda y te sale comida chatarra. Saqué ADN y les demostré que había transgénicos. Se hizo un trabajo centrado en maíz, en harina de maíz, tortilla de maíz, tostadas; se tomaron más de 400 muestras; y se encontró que casi el 90% de las tortillas industrializadas tenían transgénicos, y de esas, casi un 40% tenía restos de glifosato. Lo importante de este estudio es que es el primer estudio a nivel mundial que analiza a la vez transgénicos y glifosato en alimentos”, destacó.
Martínez explicó que el glifosato queda en los alimentos porque estos granos recibieron altas dosis de esta sustancia, un producto que además se usa como secante en todos los granos para acelerar el tiempo de cosecha.
En cuanto a nuestro país, el científico contó que hay un debe con respecto al análisis de ciertos pesticidas, y más en particular del glifosato, ya que no se pueden realizar análisis clínicos o químicos a personas acerca de si tienen o no, glifosato en el organismo.
“Se está trabajando a contra reloj, si bien hay un laboratorio con ese tipo de capacidad en el Centro Universitario Regional Norte (Cenur-Udelar), su foco de estudio no es el humano sino la presencia de glifosato en peces y en abejas. Nuestro grupo ha tomado en sus manos ese desafío. Queremos de alguna manera empezar a analizar cuánto glifosato hay en la avena que come un anciano o en una galletita. A principios del año que viene vamos a empezar con un método, que no es el más sofisticado pero que está validado, que es el método inmunológico denominado ELISA (Enzyme Linked Immunosorbent Assay) y vamos a analizar la orina de los investigadores de nuestro colectivo, para no comprometer a nadie más, pero queremos saber que está pasando”, anunció.
La agroecología como alternativa de modelo de producción
Para Martínez el sistema del monocultivo es un modelo que se encuentra en un “callejón sin salida porque no se sostiene el ambiente, no se sostiene la salud, no se sostiene el modelo en sí”. Agregó que la agroecología es una buena alternativa que rinde más y es más sustentable porque existen cada vez más trabajos científicos que lo demuestran.
“Se habla de la guerra del glifosato, yo creo que el glifosato tiene los días contados, el tema es cuál va a ser el remplazo. Por lo que se nos ha contado hasta ahora (las opciones) son peores, son todas mucho más tóxicos que el propio glifosato. Los nuevos eventos que aparecen acá en Uruguay para ser aprobados son resistentes al 24D, a dicamba, a glufosinato, todos herbicidas más potentes que el glifosato”, repasó.
“Este año han surgido algunos elementos muy interesantes con respecto a conflictos de intereses e incluso corrupción por parte de las industrias, la ciencia y los organismos de contralor. Están los llamados Monsanto papers, que es el trabajo de muchos abogados a raíz de juicios que hicieron los pacientes de cáncer en el estado de California, son cientos de documentos. Están también los llamados The Poison Papers , que son gente que llegó a viejos informes y reportes de la década del 60, de cómo los pesticidas se saltearon controles y cuando no le daban bien las cosas, las dejaban de lado para que fueran aprobadas. Se generó una narrativa atrás de eso de una supuesta inocuidad. Y ahora todo esto está saliendo a la luz. Yo creo que estamos en un momento muy complejo de la historia, muchos le llaman apocalíptico, en el sentido de revelar, porque están saliendo muchas cosas a la luz”, concluyó.
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