PESTE DETRÁS DE FRUTAS Y VERDURAS
Se intoxicó con el pesticida del vecino, sufre al respirar y perdió a sus abejas
Cuando Miriam Bodeant (58) sintió el olor nauseabundo, lo primero que hizo fue cubrir a sus animales. De a poco, sobre su chacra, a tres kilómetros de Guichón, en Paysandú, una nube de pesticida iba arrasando con sus abejas y chanchos. Era la hora en que caía el sol. Aquel 13 de setiembre de 2013 quedó grabado en su memoria. Y en su respiración.
Es que hoy, 21 meses después, aún tiene una rinitis crónica (inflamación y picor nasal) producto de aquella intoxicación. "Ante el mínimo polvo u olor fuerte, me ahogo", cuenta esta apicultora que entregó los últimos 20 años de su vida a la producción de miel, en una zona del país declarada "galería turística".
No era una militante de la causa ambientalista, ni siquiera una opositora al uso de agroquímicos. Pero desde que su vecino echó el producto con su mosquito —esos tractores con brazos enormes a los costados— en una plantación de soja, su visión del asunto cambió. Era un día de viento en los que, por normativa, está prohibido realizar esa tarea. Y, como agravante, a pocos metros había —y hay— una escuela rural.
Miriam salió de su chacra y fue a una reunión de apicultores en la ciudad. Comenzó a sentir que el pecho se le "cerraba" y unas irresistibles ganas de vomitar. "Me cambió de color la cara y un compañero me llevó a la emergencia", relata sobre aquel episodio que fue reconstruyendo con esfuerzo, "porque cada tanto perdía el conocimiento".
Le ponen oxígeno, bajan la presión arterial, medican con corticoides y le dicen que es un "cuadro de afonía". A medianoche le dan el alta y vuelve al establecimiento, donde el olor del glifosato y otros herbicidas aún se podía percibir. Tanto que a las pocas horas el dolor en el pecho se agudizó y, otra vez, tuvo que acudir a la emergencia. Entonces le diagnosticaron "alergia". Ahí optó por hacer la denuncia a Servicios Agrícolas. "El ingeniero que tomó muestras enseguida me dijo que estaba intoxicada".
Pasó a policlínica, por su pedido, y recién 15 días después le hicieron una placa de pulmones. La médica tratante vio una anomalía y prefirió enviar la imagen a un especialista en el hospital de la ciudad de Paysandú. "Misteriosamente, esa placa desapareció". Fue así que tuvo que concurrir a un otorrinolaringólogo quien, al revisarle las fosas nasales, le señaló: "Señora: ¿qué estuvo haciendo? Tiene todas la cavidades quemadas".
Las abejas murieron. También una cerda. Luego de un año y medio de trámites "burocráticos, idas y venidas desde Guichón a Montevideo" (pago por su bolsillo, claro), el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca sancionó a la empresa que fumigó y le aplicó una multa. ¿El motivo de la sanción? "Haber aplicado agroquímicos un día de viento y cerca de una escuela".
El laboratorio del órgano estatal jamás pudo comprobar la intoxicación de las abejas. Es que, dice Miriam, "no existe en el país la capacidad para tener estos resultados; y con las técnicas que se usan no sale ninguna contaminación".
A duras penas, cuenta, sigue saliendo al campo a trabajar. Parece la protagonista de la canción Duerme negrito que popularizó Mercedes Sosa: "Trabajando y va tosiendo, trabajando, sí". Al menos esa es la imagen que se proyecta con sus palabras. Más de una vez debe frenar por el catarro, a veces necesita ir con la boca y nariz cubiertas y tiene que aprovechar las horas de menos calor y humedad. Y eso que todos los días consume "un antialérgico fuertísimo".
Su caso, más el de 15 mujeres de diferentes edades que perdieron sus embarazos en Guichón, hizo que esta zona del país se convirtiera en un "ícono" de la lucha por los derechos ambientales. Fue tenido en cuenta por la Institución Nacional de Derechos Humanos y hasta hubo una mesa redonda con autoridades ministeriales.
No hay datos epidemiológicos que constaten, a ciencia cierta, la gravedad en la región. Menos aún, una comprobación de que estos abortos espontáneos tengan, efectivamente, una raíz en la aplicación de agroquímicos. Por ahora son solo hipótesis que maneja la comunidad, apoyada por organizaciones y académicos.
"Yo sigo con un abogado intentado defender mis derechos porque sé que hay quienes tienen un miedo tremendo de denunciar", afirma con voz potente, dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias.
¿Qué reclama? "Me siento violada en mis derechos como trabajadora porque me vienen matando las colmenas", una realidad que, según comenta, es común a otros apicultores. "Es un peligro porque las abejas son parte del ecosistema y se necesitan para la floración".
Miriam Bodeant insiste en que se siente "afectada" en su salud. "Tengo que medicarme todos los días, a veces me cuesta respirar y, sin embargo, nadie se hace cargo de ello".
Pero lo que más le impresionó, expresa, es "la enorme burocracia que existe desde que se hace la denuncia ante del Ministerio de Ganadería hasta que se toman medidas". Dice que pierden los expedientes y los recuperan luego. "Y lo seguro es que yo ya no voy a recuperar mi calidad de vida".
El Pais, 20 de junio de 2015.
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